lunes, 4 de agosto de 2008

En compañía de la soledad

Hay veces que me pongo a pensar qué será la soledad. ¿Existe la soledad aunque estés acompañado?, ¿cuál es la compañía que te saca de ese aislamiento? ¿la que te llena, la que te distrae o sólo es una presencia física?.
La tarde era gris, los árboles se movían de una lado al otro sin compasión, y la gente se refugiaba en el Café más cercano. El frío era despiadado y yo sentía gran parte de mi cuerpo entumecido, así que accedí a estar conmigo misma y entré a uno de esos refugios.
Un cortado y una revista eran mi gran compañía. Pero no me alcanzó. Mi mirada revoloteaba por todo el bar. Risas, saludos, emociones, gritos, enojos y unos cuantos sentimientos más, llenaban ese lugar. La gente en general se encontraba acompañada, salvo un joven de aproximadamente 26 años y yo. Comencé a observarlo.
Ahí estaba, sentado al lado del ventanal más grande de todo el lugar. Una bufanda cuadrille le recubría todo el cuello y un saco azul abrigaba su cuerpo.
Era una tarde de otoño donde la soledad no sólo se había apoderado de mi, sino que en ese bar había encontrado a alguien más. Seguí mirándolo, y yo que creí haber visto otra cosa, de repente sucedió algo inesperado, en ese momento algo extraño me pasó, él ya no estaba más solo, había sacado de su enorme bolso un libro, un libro grande de tapa azul, al que no llegaba a leer el nombre. De a poco todo se fue desmoronando, ya no sabía si la soledad estaba con él o si ese enorme encuadernado formaba parte de su vida. Entonces, ¿era eso una compañía?. No supe contestármelo.
En ese momento mi mirada giraba como un trompo, ya nadie se encontraba solo, era yo la única que estaba en compañía de mi misma, y fue ahí cuando mi cabeza acompañó a mi mirada, hasta que esos giros imparables sembraron en mí una cuantas dudas. ¿El chico de bufanda seguía solo o la presencia de ese libro había cambiado la historia?, ¿Estar conmigo misma era estar sola, o mi otro yo formaba parte de mi propia compañía?, nada era comprensible en ese momento, realmente, y para ser completamente sincera, mi teoría se había derrumbado.
Continué observándolo y me volví a preguntar: ¿porqué algo tan común y tan cotidiano nunca me lo había puesto a observar detenidamente?, en ese momento, a diferencia de las otras veces, miles fueron las respuestas que aparecieron dentro de mi cabeza, pero una fue la que más me convenció; lo cotidiano acostumbra y enceguece.
El chico seguía con su café y su libro, nada alrededor lo sacaba de ese mundo fascinante que estaba viviendo. Afuera el viento recorría las calles, como él recorría las paginas con su mirada, sus ojos se veían llenos y su cuerpo acompañado.
Después de una hora se estar sentada frente a él, decidí retirarme. Mi propia compañía había sido buena, pero no tan buena como la de él; las páginas de su libro avanzaban sin parar, y el entusiasmo de su rostro era algo imposible de no divisar.
Así fue como me fui. Ahí lo dejé con su inseparable compañía, ese objeto especial que toda persona puede llevar consigo, ese amigo incapaz de traicionarte u olvidarte, ese “cuerpo” que a veces es la compañía perfecta que opaca la soledad que alguna vez el ser humano siente en lo más profundo de su interior.Abrí la puerta del Café, sin dejar de mirarlo, y la fuerte brisa me hizo volver de mi eterna compañía. Llena de preguntas sin respuestas, continué con mi destino.

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