martes, 26 de agosto de 2008

La cara de lo desconocido

Era una mañana agitada, el reloj no había sonado a tiempo y las obligaciones seguían en pie. Ella se levantó lo más rápido que pudo y mientras que se bañaba, el desayuno estaba en proceso.
Su cuerpo estremecido, no le permitía hacer más de lo que estaba haciendo, el tiempo pasaba, las agujas del reloj avanzaban, y ella hacia todo lo posible por cumplir adecuadamente con sus tareas.
La puerta se cerró de un golpe, la cartera, el tapado y las llaves eran una complicación para ella. El botón del ascensor era inalcanzable en ese momento, buscó un lugar para apoyar sus pertenencias y por fin logró presionarlo. El trayecto fue realmente una odisea, como toda mujer, ella acomodó sus cosas, se pintó, se peino y al llegar a la planta baja del edificio, ya estaba lista para emprender el viaje.
Distraída, pero apurada, trató de buscar dentro de su enorme bolso las llaves de la puerta del edificio, sabía que en algún lugar estaban, pero en esos momentos lo más sencillo se transforma en imposible. Sin embargo la solución estaba ante sus ojos.
Alto, fornido, de ojos marrones y de pelo crespo era la persona que había entrado al edificio en el momento indicado. Logró sacarla del embrollo en la que estaba metida, ahí el tiempo voló, en un segundo esa amable persona había logrado sacarla de la histeria que llevaba desde que se había levantado.
Un cruce de miradas freno el tiempo, ella le agradeció y él con un movimiento corporal de devolvió el cumplido. A partir de ese acontecimiento todo cambió, ella se había trasladado a otro mundo y la desesperación había cesado.
Indudablemente ese ser, al que ella nunca había visto, había significado algo;
¿Tranquilidad capaz?, ella no lo sabía.
Entre idas y vueltas el lugar de destino se había logrado, veinte minutos tarde, pero sin ningún reproche. La jornada fue movida, el tráfico, el amenazante sol sobre la cuidad y la cara de la gente con ansias de que termine el día, participaron de la misma.
La hora de regreso había llegado, las calles poco a poco iban quedando vacías. Los transportes públicos explotaban, y el mal humor se había adueñado del aire. Al igual que los demás días, se volvía a su casa en el colectivo de la línea 59, pero esa vez algo raro sucedía o por ahí era una sensación de ella.
Las ansias por llegar rápido a su casa eran inexplicables, necesitaba cruzarse nuevamente con esa persona que, con un simple gesto, le había alegrado el día. Su cara le había llamado la atención, sus gestos eran algo nunca antes visto y su amabilidad la había dejado atónita.
Quería volver a verlo, ¿pero cómo lo hacía?, lo único que sabía era que vivía en el mismo edificio que ella, y no era realmente un dato muy contundente, ya que en la torre había alrededor de 15 pisos con siete departamentos cada uno. Al pensarlo mejor, la angustia le cubrió el cuerpo.
Se bajó del colectivo, caminó tres cuadras y al fin estaba en la puerta de su casa. Ella pensaba que por ahí lo encontraba nuevamente, sin embargo no fue así. Desilusionada, llamó al ascensor, esta vez con más facilidad que la anterior, sacó las llaves de su cartera y entró a su casa.
Sentada en un sillón antiguo, regalado por su abuelo, y un café en la mano se puso a pensar en la extraña situación que había vivido y en lo loco que era que tan solo una cara, un gesto, una actitud, de una persona desconocida la haya hecho pensar todo el día.
Después de un rato se fue a dormir, pero con la esperanza de volver a cruzarse con esa cara en alguna otra oportunidad.

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